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Formentera, el bienestar sostenible

Paso a paso o a golpe de pedal, la isla balear destila paz y sosiego. Un destino slow life que apuesta por la sostenibilidad como dinamizadora del equilibrio emocional

 

Formentera invita a parar el tiempo. Desde el mismo instante que el visitante sube al ferry para acceder a ella. Con más bicicletas que coches (está restringida su entrada en verano) y más kilómetros de Rutas Verdes –un centenar– que de carretera –una cuarentena–, la menor de las Pitiusas ha hallado el antídoto perfecto a las prisas y al estrés. Bienestar en estado puro donde reencontrarse con uno mismo envuelto en una naturaleza arrebatadamente salvaje que atrapa, seduce… ¡y enamora!

 

Crecimiento sostenible y equilibrio medioambiental convierten a Formentera en el lugar ideal para la desconexión… y perfectamente manejable, pues apenas una veintena de kilómetros separan sus dos extremos: La Savina, su puerta de entrada, al noroeste, y la Mola, al este. Y sus escasos 83 km2 de superficie son perfectamente asequibles a través de 32 circuitos de caminos entrelazados, de mayor o menor distancia, ideales para hacerse paso a paso o pedaleando. Turismo activo… con un toque slow.

 

La apuesta de esta isla balear por el bienestar como base del equilibrio emocional alcanza también a sus playas y calas, para todos los gustos, repartidas en sus 69 kilómetros de litoral; desde la mítica Ses Illetes, siempre entre las top del mundo, hasta Migjorn, la zona playera más larga. Cinco kilómetros de arenales en los que caminar descalzos, relajadamente, dejando que la suave brisa del Mediterráneo acaricie nuestro cuerpo. Y como guinda, también bienestar para el apetito con una gastronomía Slow Food basada en la cocina tradicional con productos de proximidad. Así es Formentera, puro take it easy.

   Más información en: www.formentera.es

 

El secreto de las cristalinas aguas de Formentera

 

Su pradera submarina de Posidonia Oceánica, Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 1999, depura el agua y alimenta el ecosistema marino de las Pitiusas

 

Formentera esconde un secreto que poco tiene que ver con el aspecto más bien árido que luce en su superficie: sus verdes praderas de Posidonia Oceánica. Una planta ­–el ser vivo más longevo del mundo, con 100.000 años de antigüedad– que crece agazapada en los fondos arenosos poco profundos de su litoral mediterráneo. Y no solo es fuente de vida para peces, esponjas, algas y otros animales, sino que protege de la erosión a esos fondos marinos gracias a sus raíces y ejerce una función depuradora que otorga a las aguas de la Pitiusa menor su transparencia sublime; esa que convierte en paradisíacas sus playas y calas.

 

Pero amenazas como la contaminación, los vertidos de líquidos residuales o el fondeo de barcos, que las arranca del fondo marino, han puesto en peligro a esta planta que mantiene la calidad del ecosistema submarino. Allí se alimentan y reproducen más de 400 especies de plantas marinas y un millar de especies animales, muchas de las cuales son materia prima de la gastronomía balear. Es por ello que, para evitar su desaparición, Formentera puso en marcha en 2017 el Save Posidonia Project, un proyecto solidario de micro mecenazgo –pionero en el Mediterráneo occidental­– que consiste en apadrinar metros cuadrados de esta planta, a partir de 1 euro el metro cuadrado.

Este proyecto ha logrado apadrinar ya 251.052 metros cuadrados de los 76,5 millones de metros cuadrados de la pradera de Posidonia Oceánica que envuelve las aguas de Formentera. Un auténtico tesoro natural que constituye el principal atractivo de dos de las variadas actividades náuticas que ofrece la isla: el submarinismo y el snorkel (buceo de superficie). Formentera es como un iceberg que muestra solo una pequeña parte de su grandeza natural… porque su belleza no solo está en su superficie salvaje sino en un paraíso submarino llamado Posidonia Oceánica.

 Más información en: www.formentera.es

Un paseo por 5 espacios verdes de Castelló… ¡desde casa!

 

Este interesante recorrido virtual puede realizarse gracias a los códigos QR habilitados en la guía que se encuentra en el apartado de medio Ambiente de la web municipal

 

Pasear por los parques de Ribalta, del Pinar y del Meridiano, o admirar la Marjaleria y el Molí de la Font es posible estos días sin incumplir ninguna normativa. Basta descargar en el smartphone una App lectora de códigos QR para –sentados relajadamente en el salón de casa– ir descubriendo la historia, flora y fauna de este repóker de espacios que aglutinan lo mejor del patrimonio natural castellonense. Una excelente manera de oxigenarnos virtualmente gracias a las nuevas tecnologías… ¡hasta que podamos hacerlo físicamente!

 

Auténtico pulmón verde del corazon castellonense, el parque de Ribalta –declarado conjunto histórico-artístico en 1981– consta de 7,7 hectáreas y medio kilómetro de paseo central. Concebido como espacio botánico, también acoge diferentes esculturas, bellos bancos con cerámicas, zonas infantiles y un templete: la Pérgola. El lugar perfecto para desconectar… sin salir de Castelló. El parque del Meridiano –así llamado por estar ubicado en el cruce del Meridiano de Greenwich y el Paralelo 40– es un exuberante jardín de una hectárea con 46 especies de árboles, mesas para picnic… y una ermita: la de la Mare de Déu de l’Assumpció.

El parque del Pinar es una alargada pradera de casi 2 kms de largo por medio de ancho, casi paralela al mar, en el Grau. Su ubicación fue vital para que las dunas no avanzaran hacia los cultivos de la Marjalería. Un gran espacio natural de ocio, con un lago, dos zonas deportivas, una piscina, áreas de picnic y juegos infantiles, un auditorio… La Marjalería es un valioso ecosistema verde de 1,4 hectáreas, a caballo entre el espacio terrestre y el marino; un curioso entramado de acéquias, caminos y barracas del siglo XVIII. Y el Molí de la Font es un manantial de agua dulce cuyo origen data del siglo XIV y que, históricamente, ha tenido diversos usos: para moler trigo, para la fabricación de tejidos y, en el siglo XX, para el cultivo de arroz. Cinco espacios naturales facilmente accesibles a través de un recorrido virtual.

                                                                                      Más información: https://www.castellonturismo.com y bit.ly/EspaisVerdsCS

Cabo de Creus, la joya natural de Roses

Parque Natural desde hace dos décadas, consta de 13.844 hectáreas –terrestres y marítimas– de gran biodiversidad… y un majestuoso monasterio: Sant Pere de Rodes

 

Senderos desde donde admirar su rica biodiversidad, abruptas y recortadas calas, un maravilloso monasterio benedictino casi colgado del cielo… Al amparo del cabo más oriental de la Península Ibérica y primer lugar por donde sale el sol, Creus es un paraíso para los amantes del senderismo. Este Parque Natural, a solo 6 kilómetros del centro de Roses, está dividido en tres parajes terrestres y una reserva marítima. Y su faro fue inmortalizado por Hollywood hace medio siglo.

 

 

         El primer paraje terrestre va desde el cabo Norfeu hasta cala Jóncols pasando por la emblemática cala Montjoi, antiguo hogar de El Bulli de Ferran Adrià. Más al norte se halla el paraje propio del cabo de Creus, abrupto promontorio a 672 metros de altitud con una gran terraza-mirador de espectaculares vistas panorámicas y un faro que protagonizó el filme ‘La luz del fin del mundo’, que llevó hasta allí en 1971 a Yul Brynner y Kirk Douglas. Esta parte incluye las islas de la Maça Major y s’Encalladora. Y en el interior, el tercer paraje, la Sierra de Rodes, con una joya del románico catalán: Sant Pere de Rodes. Un conjunto monumental del siglo IX al XI integrado por una iglesia, una torre-campanario y otra de defensa.

La reserva marítima oscila entre 0,2 y 1,3 millas mar adentro, destacando los espacios cercanos a los dos cabos –Creus y Norfeu–, los farallones –rocas altas y escarpadas que sobresalen del mar–, y la zona norte de la isla de s’Encalladora, de una gran riqueza subacuática visible practicando submarinismo. Un fascinante litoral que puede admirarse desde el mar con excursiones en catamarán, menorquina o velero que parten desde Roses o en una pequeña barca tradicional desde Port Lligat, diminuta cala que acoge casa-museo de Salvador Dalí.

 

Más información en: http://ca.visit.roses.cat/

Menorca, repóker de emociones

Reserva de la Biosfera, Destino Starlight, Destino Sostenible, Isla del Deporte, Región Gastronómica Europea 2022… Menorca lo tiene todo para enamorar

 

Practicar senderismo o running por su histórico Camí de Cavalls. Admirar su singular cultura talayótica. Relajarse al sol en su centenar de playas y calas para todos los gustos. Pasear a caballo. Degustar su sabrosa gastronomía de proximidad, que le ha valido el reconocimiento internacional. Cinco experiencias emocionales para desconectar y disfrutar en esta isla balear.

    

     Si Ulises, de regreso a Ítala, hubiera pasado por esta isla también habría quedado atrapada por ella. No por los seductores cánticos de sirenas descritos en ‘La Odisea’ de Homero sino por el magnetismo de su cultura talayótica… y por sus calas, recónditas y mágicas, que invitan a perderse, a detener el tiempo. Un oasis de relajación en el Mediterráneo, declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO. Un iceberg de naturaleza y sosiego que ofrece mucho más de lo que puede verse a simple vista. Un tesoro emocional accesible a través de un repóker de experiencias como estas.

1 – Senderos de historia. Los mejores paisajes de la isla se contemplan recorriendo los 185 kilómetros repartidos en 20 tramos del Camí de Cavalls, una ruta senderista (GR223) cuyos orígenes se remontan al siglo XIV, cuando el rey Jaume II ordenó a los caballeros menorquines poner vigilancia a caballo por el perímetro costero.

2 – Piedras que hablan. Más de 1.500 yacimientos arqueológicos en apenas 700 km2 dan una idea de la importancia de la cultura talayótica menorquina, que se remonta a más de 4.000 años atrás, con navetas, talaiots, taulas, poblados y necrópolis, entre los que destacan la Naveta des Tudons (Ciutadella) o los poblados talayóticos de Trepucó (Maó) y Torre d’en Galmés (entre Alaior y Son Bou).

3 – Acariciando el Mediterráneo. Sus 216 kilómetros de recortada costa dan cobijo a un sinfín de rincones para disfrutar del mar. El sur es la zona más suave y la que protege mayor número de calas y playas, como Es Talaier, Macarella, cala Mitjana o Es Caló Blanc. El norte, más agreste y salvaje, sorprende con otras de formaciones rocosas y arcillas rojas, como Cavalleria, Pregonda, Cala Pilar o Binimel·la.

4 – A caballo o en bicicleta. De capa negra, fuertes crines y viva mirada. Así son los caballos menorquines, una de sus señas de identidad. Recorrer la isla a lomos de ellos es algo único. Como también hacerlo en bicicleta, a través de los 21 trazados cicloturistas perfectamente señalizados de una isla que apuesta por la sostenibilidad.

 

5 – Tentaciones para el paladar. Más allá de la Caldereta de langosta, su plato más conocido, la cocina menorquina es rica en matices y sabores. Una tradición con productos de proximidad, de mar y tierra; desde el pulpo o la raya, a la perdiz, la carne de vaca roja, el queso DO Mahón-Menorca… o incluso el vino. ¡Qué aproveche!

 

                                 Más información en: www.menorca.es

 

El despertar de la primavera, en Formentera

La benigna climatología de la menor de las Pitiusas es ideal para quienes deseen descubrirla con tranquilidad, antes de la vorágine veraniega

 

Formentera es sinónimo de ‘sol y playa’. Pero hay muchos más motivos para disfrutarla de otra manera, más allá de los chapuzones. Las suaves temperaturas primaverales de esta isla balear son toda una invitación a recorrer a pie o en bicicleta su treintena de rutas verdes, a disfrutar del avistamiento de aves, a relajarse con solitarios paseos por la dorada arena de sus playas, despobladas de toallas y bañistas; a saborear su deliciosa slow food… Y como no, a enamorarse con los melancólicos atardeceres del cabo de Barbaria, junto a su majestuoso faro; desde Cala Saona o dando un paseo por la playa de Illetes… viendo cómo el sol languidece hasta acunarse en el horizonte Mediterráneo.

 

 

   El despertar de la primavera’ –título del famoso musical inspirado en la obra homónima del dramaturgo alemán Frank Wederkind– le viene como anillo al dedo a una estación del año en la que Formentera se ofrece al visitante ávido de experiencias que van más allá del dolce far niente veraniego en sus paradisíacas playas. Sin las altas temperaturas de la canícula estival, es el momento ideal para desembarcar en La Savina, su puerta de entrada marítima,… y empezar a disfrutar de la menor de las Pitiusas.

¿Por dónde? Quizá por Ses Illetes, esa fina lengua de arena que monopoliza gran parte de la península de Es Trucadors. La cuarta mejor playa de Europa –y una de las mejores del mundo– según el Tripadvisor Traveller’s Choice del pasado año, también es digna de descalzarse y, paso a paso, ir dejando un reguero de huellas en la arena rumbo al finisterre norte de Formentera, desde donde se vislumbra el islote de s’Espalmador. Lo mismo que podríamos hacer en Midjorn, la ‘reina’ de la costa sur, con sus casi infinitos 5 kilómetros que la convierten en la más larga de la isla. O en la coqueta cala Saona, joya de la costa occidental, agazapada entre acantilados.

A pie o en bicicleta, sus 32 rutas verdes, estrenadas hace junto un lusto, son caminos entrelazados para perderse entre la salvaje naturaleza de Formentera hasta completar más de un centenar de kilómetros, la mayoría planos y accesibles para lo amantes del pedaleo. Y también ideales para el turismo activo de la Marcha Nórdica, apoyada en bastones.

 

La variada y singular fauna de la isla, con más de 210 tipos de aves censandas –entre migratorias y las que han hallado acomodo allí­– es toda una tentación para el turismo ornitológico, que cada vez cuenta con más adeptos. Para ellos, Formentera ofrece una ruta señalizada con pantalla de observación.

Y al caer la tarde, nada mejor que ir al Cabo de Barbaria­ para despedir el día desde su atalaya natural, al pie de su faro, sobre acantilados desde los que admirar el mágico espectáculo del crepúsculo, cuando el sol se pierde por el horizonte y el cielo se tiñe de rojo.

 

 

www.formentera.es