Las fotografías de Cris Medina nos devuelven a la realidad cotidiana con su personal visión del entorno que nos rodea.

Naturaleza, denuncia social, retratos humanos, realidad cotidiana, Renacimiento y Barroco italianos, estampas callejeras de Roma, todo es susceptible de ser captado por la magia de su cámara.

La exposición permanece hasta el 30 de octubre en el Centro Sociocultural Montecarmelo (Madrid)

Mayka Sánchez

Encuentros con la mirada es el sugestivo título de la primera exposición fotográfica en solitario, compuesta por 52 piezas de diversas dimensiones, de Cris Medina (Madrid, 1995), que acaba de inaugurarse y permanecerá abierta al público en el Centro Cultural Montecarmelo de la capital del Reino, en horario de lunes a sábado: de 9:00 a 15:00 y de 16:00 a 21:00 h; domingos y festivos: de 10:00 a 15:00 h (teléfono: 91 736 41 51). Esta joven madrileña, de 23 años recién cumplidos, y afincada en Roma desde hace casi cuatro años, ama la fotografía por encima de todo y además hace de ella su modus vivendi. En Encuentros con la mirada su obra desprende el más fino perfume de su formación italiana (pese a haber hecho la carrera en Madrid) y la exquisita sensibilidad de una mujer que eleva la fotografía a la categoría de octavo arte.

Precisamente este es uno de los grandes debates del momento: si incluir la fotografía entre las bellas artes y, en caso de aprobarse universalmente, ocuparía el octavo lugar, tras el cine. En toda la obra de esta joven se percibe que reivindica vehementemente ese derecho, que no privilegio ni prerrogativa. Y en las 52 obras la autora aborda con una sutil belleza, se trate del tema que se trate, todo aquello que para ella sea susceptible de ser captado por la magia de su cámara: naturaleza, denuncia social, retratos humanos, realidad cotidiana, Renacimiento y Barroco italianos, estampas callejeras de la Città Eterna, otros espacios de diversas ciudades del país…

Cuándo en blanco y negro y cuándo en color

El blanco y negro y el color están salpicados con armonía por las paredes de la galería y si el blanco y negro, tradicionalmente, está considerado mucho más artístico, el tratamiento que la fotógrafa española-italiana confiere al color hace dudar de ese principio clásico, porque sabe elegir magistralmente qué fotografía es más auténtica en color, como algunas sobre la mar y otros motivos acerca de la naturaleza, y cuál queda mucho más hermosa si se le aplica el blanco y negro, véanse varias vías de Roma o impresionantes esculturas barrocas en escorzo. De ahí que no tenga preferencia por un tratamiento cromático u otro, reservándose el elegido según lo retratado.

Tal vez el excelente dominio de esta faceta proviene de muy niña, cuando dibujaba muy bien y, especialmente, porque parecía poseer un don para la combinación de los colores, creando combinaciones de un cromatismo con tanta vida y buen gusto, más propio de un adulto que de un niño. Pero se dio cuenta de que el dibujo y la pintura no eran lo suyo y fue a los 13 años cuando descubrió que la fotografía sería su vida. Fue un mes de agosto, en el pueblo de donde procedía su madre y toda su familia materna, Cuéllar (Segovia), donde se celebran los encierros más antiguos de España, que datan de 1215 y que en 2018 han recibido la Declaración de Interés Turístico Internacional, título que solo ostentan los sanfermines y los de Segorbe (Castellón).

Supo en qué momento nació su pasión por la fotografía

Cris había oído que el comienzo del encierro, llamado el embudo, antes de empezar el recorrido urbano con los mozos, era precioso. En lo alto de una loma, en medio de arenales, aparecían los toros, conducidos previamente por los pinares desde los corrales durante varias horas por más de 300 caballistas inscritos de toda España. Narra esta joven fotógrafa que aquella imagen la cautivó. Empezaron a descender los astados, los cabestros y los caballos por el arenal y la polvareda levantada nubló por completo el brillante sol estival del este. Empezó a tirar fotos y más fotos. Aquella estampa en movimiento poseía una bellísima plasticidad y le pareció estar contemplando un cuadro. Ahí nació su vocación por la fotografía, según cuenta entusiasmada. 

Tal vez la lleva en los genes, pues el padre de su abuela materna era periodista plumilla y fotera, como se se dice en la jerga de la profesión. En el desván de la casa familiar se conservaron durante largo tiempo diferentes máquinas, de aquellas que tenían fundas de piel, y cientos de fotografías de la época. Sin embargo, la bisnieta, con mucho pesar, no ha llegado a conocer todo este material, que sería un tesoro para ella y que acabaría en manos de un trapero.

 

La decisiva elección de Roma

Cuando le concedieron la beca Erasmus tuvo que elegir entre Londres o Roma y no lo dudó un segundo. Ya conocía Londres, porque había ido varios veranos a estudiar inglés a Oxford y además en Roma se respira el arte por cada esquina. Con la beca trabajó en la agencia VISIVA, que se encargaba de eventos socioculturales por toda la ciudad, entre ellos la World Press Photo, que se organizó en el Museo Trastevere, y en el que Cris participó. También realizó con esta agencia, entre otros actos, un documental fotográfico acerca de cómo disponer varias esculturas sobre un tema concreto de un artista argentino en el Museo del Mercado de Trajano. Hizo lo propio cuando se retiraron las obras.

Asimismo cubrió numerosos eventos del Instituto italolatino. Su trabajo gustó tanto en la agencia que le prometieron que, en cuanto acabara los estudios en Madrid, regresara a Roma porque le darían trabajo. Y volvió, pero no cumplieron su palabra. Mas Cris Medina perseveró en la Ciudad Eterna y desde entonces la fotografía es su principal compañera de vida donde nació el Imperio Romano. No obstante, y en virtud de una información obtenida por una tía por vía materna, la ciudad que la vio nacer le ha dado la oportunidad de realizar su primera exposición en solitario, y en tan solo dos días ya ha vendido ocho obras. Alegría que la hace albergar la esperanza de, algún día, publicar su trabajo en The National Geographic.

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