Adéntrate en una travesía sensorial hacia un rincón de serena belleza en la provincia de Huelva: Cortegana. Una localidad donde el tiempo parece detenerse para saborear la esencia de lo auténtico, un destino que invita a la contemplación y al sosiego en cualquier momento que el espíritu anhele una conexión genuina.
El viaje hacia Cortegana es, en sí mismo, un preludio encantador. La carretera serpentea entre paisajes de una postal inmaculada, donde la reciedumbre de las encinas se entrelaza con la nobleza de los castaños, mientras la fauna autóctona de la sierra asoma con discreta elegancia. Para iniciar esta aventura con el deleite que merece, se recomienda una pausa en alguno de los mesones de carretera. Allí, un café humeante, acompañado de una tostada de pan serrano y la untuosa manteca de zurrapa, ya sea de lomo, hígado o la vivaz ‘colorá’, será la bienvenida más grata a los placeres que aguardan.
Al adentrarse en el pueblo, el primer llamado es el castillo, una majestuosa silueta que corona la montaña, guardián silencioso de historias centenarias. La ascensión a pie es una experiencia en sí misma; la brisa pura y fresca de la sierra acaricia el rostro, mientras una sinfonía de aromas, mezcla de la naturaleza circundante y los efluvios de la cocina hogareña, se eleva desde las calles. La fortaleza, de una factura que, aunque anclada en el período cristiano bajomedieval, presenta un aspecto sorprendentemente cuidado, es un Bien de Interés Cultural que merece una exploración detenida. Sus muros, que respiran siglos de defensa, ofrecen una visión fascinante de la ingeniería militar de antaño.
Junto al castillo, como un eco de fe y tradición, se halla la Ermita de La Piedad, hogar de la patrona de Cortegana, Nuestra Señora de La Piedad. Esta pequeña y acogedora ermita, enmarcada por un delicado jardín, forma con la fortaleza un recinto de más de trescientos metros cuadrados, un lienzo desde el cual la vista se pierde en la inmensidad de la sierra onubense. Antes de descender, es imperativo detenerse unos instantes para absorber la grandiosidad del paisaje que Cortegana, enclavada en la sierra de Huelva, generosamente regala.
El camino de regreso, descendiendo la cuesta, nos lleva directamente a la Iglesia del Divino Salvador, el edificio de culto más emblemático de la localidad. Erigida entre los siglos XIV y XVI, su estilo gótico mudéjar es un testimonio de la rica herencia artística de la región. La Portada del Perdón, único vestigio del templo original del siglo XIV, invita al recogimiento antes de adentrarse en su interior.
En la misma plaza de la iglesia, se divisa el popularmente conocido como «el casino de arriba», cuya fachada, con el noble paso de los años, evoca historias de antaño. Desde allí, una suave bajada conduce a la Plaza de la Constitución, un espacio adornado por una bonita fuente central, cuyo murmullo acuático añade una melodía serena a los paseos de los lugareños. Aquí, el «casino de abajo», de construcción más reciente, ofrece un contraste arquitectónico que refleja la evolución del pueblo.
Continuando por la calle Doctor Romero Rábana, el paseo se transforma en una galería arquitectónica. Las casas señoriales de Cortegana, de gran prestancia y belleza, cautivan la mirada. Sus vistosos mosaicos de piedra en los acerados de la entrada son pequeños detalles de artesanía que merecen una admiración pausada.
El recorrido nos lleva hasta la Iglesia de San Sebastián, un templo de una sola nave, flanqueado por una fuente de agua corriente que desciende de las montañas. Alzando la vista, la danza de las palomas entre los surcos de los ladrillos añade un toque poético a la escena.
Ascendiendo por la calle Sargento Benítez, se alcanza una plaza circular con una escultura de un toro en su centro, un lugar ideal para un momento de quietud y quizás, un refrigerio bajo el cielo. Muy cerca, emerge la imponente silueta de una de las plazas de toros más antiguas de España. Su construcción cilíndrica, con la característica piedra oscura del paraje natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche, le confiere una solemnidad atemporal.
Deshaciendo el camino hasta la Iglesia de San Sebastián y girando por la calle Calvario, casi al límite del pueblo, encontramos la Iglesia del Calvario. Aunque es una construcción del siglo XX, su imagen barroca de 1607, visible incluso con la iglesia cerrada a través de sus cristales de entrada, es un punto de interés que no pasa desapercibido.
Nuestro gratificante paseo por Cortegana concluye aquí, pero su impronta perdura. Los rostros abiertos y amables de sus gentes, la sinfonía de aromas que se entrelazan en sus calles —de comida, de leña quemada—, la pureza del aire serrano y la indeleble imagen de los paisajes de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche quedan grabados en la memoria. Y para coronar esta experiencia, un plato de patatas fritas con huevo y jamón se convierte en el epílogo perfecto de un viaje que, más allá de la vista, nutre el alma con los sabores y la autenticidad de un lugar que invita a regresar.
Más información: www.destinohuelva.org