ALCALÁ DE HENARES: UN VIAJE EN EL TIEMPO ENTRE LETRAS, HISTORIAS Y TAPAS

Te invitamos a un viaje mágico por una ciudad en la que la historia se respira en cada rincón. Su legado perdura por siglos y cada sorpresa queda empequeñecida ante la siguiente gran maravilla que aguarda en esta ciudad Patrimonio de la Humanidad…

 

 

Hay ciudades que se visitan, y ciudades que se viven. Alcalá de Henares, a apenas media hora de Madrid, es de esas que se palpan con los cinco sentidos: el rumor de los estudiantes en sus plazas centenarias, el aroma de las almendras garrapiñadas que escapan de los conventos, el tacto de las piedras milenarias de su Universidad… y, sobre todo, el alma de Cervantes flotando en cada rincón.

 

Decir Alcalá es decir Cervantes. En la calle Mayor, bajo sus soportales —los más largos de España—, Don Quijote y Sancho Panza esperan sentados en un banco, a tamaño natural, para guiarnos hasta la Casa Natal del escritor. Entre muebles de los siglos XVI y XVII, ediciones antiquísimas del Quijote y la recreación de un taller de cirugía barbero (oficio del padre del genio), uno casi espera oír al propio Miguel reír entre las vigas. A pocos pasos, en la Capilla del Oidor, brilla la pila donde fue bautizado.

 

Pero esta ciudad es más que su hijo más ilustre. Es Complutum, la urbe romana cuyas ruinas aún revelan mosaicos vibrantes; es Al-Qal’at, la fortaleza musulmana que le dio nombre; y es, sobre todo, la Ciudad del Saber, título que se ganó cuando el cardenal Cisneros fundó aquí su Universidad en 1499.

 

 

Patrimonio que enamora

La Universidad de Alcalá es un sueño plateresco. Su fachada, tallada como un retablo, es solo el preludio de joyas como el Paraninfo, donde los Reyes entregan cada 23 de abril el Premio Cervantes bajo un artesonado mudéjar que parece suspendido en el tiempo. Subir a la Torre de Santa María (34 metros) o a la Catedral Magistral —una de las dos únicas en el mundo con ese título— regala vistas de tejados rojizos y campanarios que se pierden en el horizonte.

 

Y luego está el Corral de Comedias, abierto en 1602. Asistir aquí a una obra de Lope o Calderón, con el murmullo de los espectadores y el crujir de la madera bajo los pies, es un viaje directo al Siglo de Oro.

 

Gastronomía con alma (y tapa generosa).

Alcalá se saborea. En sus bares, pedir un doble viene acompañado de tapas que casi son platos: migas, chorizos al vino o incluso callos. Los dulces conventuales son otra delicia: las almendras garrapiñadas del Convento de San Diego tienen fama de ser las mejores. Para cenas con historia, nada como el Parador, un antiguo convento del XVII, o el Restaurante Hostería del Estudiante, en una posada universitaria del siglo XV.

 

Fiestas que son puro teatro

Si el viaje coincide con el Mercado Cervantino (octubre), las calles se visten de feriantes del siglo XVI, con juglares y puestos de especias. En verano, el festival Clásicos en Alcalá llena plazas y patios de obras de teatro, y en Navidad, la ciudad se ilumina como un cuento. Y en mayo, Alcalá vuelve atrás en el tiempo para convertirse en ‘Complutum’, donde pasearás al lado de legionarios en formación, descubrirás oficios antiguos y vibrarás con espectáculos de danza y luchas de gladiadores.

 

Pasear al atardecer por la plaza de Cervantes, con sus árboles centenarios y el rumor de las terrazas, es entender por qué esta ciudad es Patrimonio de la Humanidad. Aquí, cada piedra cuenta una historia: la de santos mártires, reyes que soñaron con América, estudiantes que debatieron bajo claustros… y un escritor que, entre estas mismas calles, imaginó a un loco-cuerdo caballero que cambió la literatura para siempre.

 

Alcalá no se visita: se descubre, se saborea y, al final, se lleva dentro.

 

 

 

Más información: https://www.turismoalcala.es/

 

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