Una ciudad que vive por y para la gastronomía no puede faltar en la hoja de ruta de los más gourmets…
La capital de la Ribera del Duero es uno de esos sitios que, sin importar la época del año, hacen las delicias de todos aquellos que buscan destinos que no solo les cautive por su patrimonio cultural y arquitectónico. La cocina ha ganado mucho más peso con el paso de los años y es una realidad que muchos viajeros se decantan por uno u otro destino en función de lo bien que se coma allí o no. En ese aspecto, Aranda de Duero juega con ventaja y he aquí las cinco principales claves que lo respaldan.
Cerca de todo y de todos.
La gran ubicación de esta ciudad la convierte en un enclave privilegiado para quienes planifican una escapada corta o quieren hacer una parada para disfrutar de una experiencia express. A menos de dos horas de Madrid por la A1, y de otras capitales como Segovia, Soria o la propia Burgos, Aranda de Duero tiene la fortuna de ser un destino sumamente interesante para aquellos que disponen de un fin de semana, puente o cualquier otra ocasión para escaparse sin necesidad de tediosos trayectos en coche.
La cultura gastronómica impregna el calendario.
Durante todo el año, Aranda de Duero celebra diferentes jornadas, rutas gastronómicas y festejos que giran en torno a la gastronomía. Destacables son su ruta del torrezno de Soria en invierno; el concurso de tapas, pinchos y banderillas en marzo; la ruta de la torrija y la limonada en Semana Santa; las célebres jornadas del Lechazo en el mes de junio; o la ruta de la IGP morcilla de Burgos en noviembre.
Patrimonio histórico, porque la gastronomía se da la mano con la historia.
Que Aranda de Duero es un referente gastronómico y turístico se ve en una sola visita. A los siempre magníficos Palacio de los Berdugo, Iglesia de Santa María la Real o la de San Juan, actual Museo de Arte Sacro, hay que añadir unas espectaculares bodegas subterráneas de origen medieval a los pies de la ciudad. Bajo sus cimientos, galerías kilométricas, muchas de ellos visitables, acercan al viajero a una nueva dimensión de lo que es la verdadera cultura del vino y de como Aranda de Duero es hoy en día lo que es gracias a estas bodegas subterráneas.
El asador, figura, emblema y símbolo de la ciudad.
Si seguimos hablando de gastronomía, no podemos dejar de mencionar a los asadores de Aranda de Duero. Es en ellos donde se cocina diariamente el plato bandera, no ya de la ciudad, sino de la comarca al completo: el lechazo asado. Los maestros asadores llevan décadas dedicados en cuerpo y alma a ofrecer a los comensales un plato simple en la presentación, pero sumamente delicado en la ejecución. Factores como el tiempo, la temperatura de los hornos, la calidad de la madera o la cantidad de agua y sal pueden marcar la diferencia entre un plato decente a una obra de arte culinaria. La figura del asador tiene un arraigo indudable en Aranda de Duero, donde son considerados como verdaderos templos de la gastronomía tradicional castellana.
El río, postal eterna de Aranda de Duero.
Para el que no lo sepa, las poblaciones que crecen en torno a un río pueden sortear mejor el efecto isla de calor (la absorción de las radiaciones del sol del hormigón y los asfaltos dispara la temperatura de los centros urbanos en verano) con diferencias de temperatura de más de tres grados. Tecnicismos aparte, pasear por las inmediaciones del Río Duero es una garantía de vistas preciosas y de momentos de calma. Al inicio o al final de una visita por la ciudad, el río es un complemento perfecto, sin contar con la indudable contribución que hace a la biodiversidad de la zona. Por si esto no bastara, el Arandilla y el Bañuelos, ambos afluentes del Duero, también serpentean sorteando la ciudad.
Más información: www.asohar.es